"Todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación."
Blaise Pascal. Filósofo y matemático francés
Meditación y cultivo de la presencia
La era postmoderna ha traído consigo tendencias adictivas que se reflejan en nuestra necesidad de vivir constantemente distraídos. Nos es bastante difícil transitar espacios de incomodidad emocional y espiritual y vivimos polarizándonos entre evadir o identificarnos excesivamente con el conflicto.
Muchas tradiciones espirituales coinciden que la crisis global actual y climática no es más que el reflejo de una crisis individual donde nos hemos desconectado de la experiencia con nuestro espacio interior. Hemos perdido la habilidad de conectarnos naturalmente con nuestra voz sutil, con el espacio infinito de consciencia pura que nos habita desde el momento que nacemos. Nos hemos rigidizado para protegernos y guardamos los traumas colectivos de represión, dominación y abuso de poder. El gran reto personal y colectivo es ir reconectando con el espacio de serenidad y calma donde las polaridades se desvanecen y todo tiene permiso para ser.
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En mi rol como acompañante de procesos de transformación individual y grupal, la contemplación y la meditación tienen un rol fundamental. A través de ejercicios prácticos de respiración, meditaciones guiadas y meditación tradicional que se va entregando entre sesiones, el consultante va recuperando gradualmente la confianza para sostener la incomodidad de sus estados emocionales. La necesidad de evadir el conflicto va cediendo gradualmente porque el consultante va recuperando su independencia emocional sentando bases sólidas de serenidad interior.
Como acompañante de estos viajes interiores apunto a que el consultante recupere su poder para habitarse en todos los devenires de la vida, y pueda ser menos dependiente de la terapia de constelaciones familiares.
Desde la tradición budista, el ser humano necesita emprender un viaje hacia sus adentros para poder volver a su casa espiritual, es decir, a experimentar su divinidad o naturaleza búdica que está en lo más profundo de sí mismo. Este viaje comienza con el cultivo de la técnica del mindfulness, que es un método para entrenar el músculo de la concentración. Esta técnica en sí misma es sólo un escalón del camino meditativo, porque es neutra y necesita ser enmarcada en un contexto de ética y virtudes. La técnica del mindfulness es la puerta de entrada para la meditación Shamatha. La meditación Shamatha se caracteriza por la estabilización de la mente. En ésta, el meditador aprende a autorregular sus emociones con mayor facilidad y el caos/conflicto no representa riesgo para el cultivo de la calma. El conflicto se necesita para evaluar si nuestra práctica interior está siendo fructífera. Cuando la mente se ha estabilizado lo suficiente, el meditador puede seguir con la meditación Vipassana. Esta meditación es también llamada meditación analítica porque aborda el análisis del discurso mental, diferente de la meditación Shamatha que aborda los conflictos emocionales. En la meditación Vipassana el practicante se da cuenta que sus estados emocionales son productos del entramado de sus pensamientos. Por ello, cualquier transformación empieza en el acto mental, y para eso es necesario entender cómo surge el acto mental, cuáles son sus componentes (skhandas o agregados) y cómo estos componentes se interrelacionan en los 8 niveles de consciencia para dar luz al fruto final: la idea del yo (self).
Meditación y constelaciones familiares
La práctica meditativa nutre el entendimiento de “dejar ser”, reduciendo nuestra necesidad compulsiva de resolver y resolvernos.
El conflicto siempre va a presentarse en diferentes ámbitos de la vida, sin embargo, podemos aprender a relacionarnos con el conflicto de manera menos reactiva generando más espacio interior y serenidad.
A través de una práctica sostenida meditativa la persona puede lograr la independencia del terapeuta. Cuando acompaño, apunto a que las personas vengan cada vez menos a la consulta ya que comienzan a reconocer que tienen los recursos necesarios para surfear los devenires de la vida desde un lugar amoroso, compasivo y menos reactivo. La persona puede amistarse con su proceso gradual de aprendizaje porque no nace desde la necesidad de resolverse, sino desde un lugar nutritivo que sabe ser paciente.